
Vista de la Neue Nationalgalerie y de la Sankt Matthäuskirche (detrás, entre el museo y la escultura).
DÍA 5: SÁBADO

– Cafetería y jardín en el pequeño patio interior del hotel Circus.
Para el sábado no teníamos ningún plan especial, excepto la cena (habíamos reservado en el White Trash Fast Food). Desayunamos tranquilamente en el pequeño jardín interior del hotel y depués cogimos el metro hasta Potsdamer Platz, para visitar la Neue Nationalgalerie.

– Edificio de Potsdamer Platz y escultura de Keith Haring es Eichhornstraße.

Iglesia de San Mateo.

Filarmónica de Berlín.
En el paseo hasta el museo, pasamos junto a una escultura de Keith Haring, vimos el exterior de la Filarmónica, nos paramos a fotografiar la iglesia de San Mateo y, finalmente, después de hacer unas cuantas fotos al fantástico edificio de Mies Van Der Rohe, entramos en la Neue Nationalgalerie (no fuimos a los demás museos del Kulturforum porque ya los había visitado en una ocasión anterior, pero también merece la pena hacerles una visita).

Neue Nationalgalerie.
No voy a hablar aquí del edificio de Mies Van Der Rohe, pero quiero decir tan solo que por disfrutar de él ya merece la pena la visita. Se entra al museo por el piso superior, que está dedicado a instalaciones, y desde él se accede al piso inferior, donde se hallan las salas de exposiciones, el café, la librería y un jardín en el que están las esculturas.

– Neue Nationalgalerie. Vista del exterior y de la planta superior y acceso a las salas.

– Hall principal de la planta inferior (entrada a las salas de la exposición temporal) y vista del jardín desde el interior.
La colección de la Neue Nationalgalerie está centrada en el arte del siglo XX, y en esta ocasión pudimos ver «Divided Heaven. The Collection. 1945–1968«, segunda de tres exposiciones que recogen la colección del museo dividida por épocas. Disfrutamos de esculturas y pinturas de Picasso, Warhol, Max Lingner, Hockney, etc.

Tres vistas de la escultura de Duane Hanson «Policeman and Rioter» (1967).

«Woman in love» (1947), de Max Lingner.

Bauhaus Archiv.
Después de la visita a la Neue Nationalgalerie, como no quedaba muy lejos, dimos un paseo hasta el Bauhaus Archiv, cuyo interesantísimo edificio es obra de Walter Gropius. El museo muestra la influencia de la escuela Bauhaus en la arquitectura, el diseño y el arte. En un viaje anterior hicimos un recorrido muy interesante por el Tiergarten, entrando al parque por la avenida cercana al Reichstag y terminando en el Bauhaus Archiv, después de ver varias embajadas que están en Klingelhöferstraße).

Bauhaus Archiv.

Terraza del Einstein.
Como ya casi era hora de comer, decidimos poner rumbo a uno de los cafés más bonitos y típicos de Berlín, el Einstein, que está en Kurfürstenstraße 58. Comimos en la terraza del café, lo que fue una mala idea porque las avispas no nos dejaron en paz ni un solo momento (la comida estuvo muy bien, y bien de precio). De todos modos, el calor sofocante que hacía en Berlín tampoco aconsejaba comer en los salones del café.

– Salones del café Einstein.

Aeropuerto de Tempelhof.
Después de comer dimos otro paseo por la zona y cogimos el metro para visitar el parque que han hecho en las antiguas pistas del aeropuerto de Tempelhof. Por extensión debe de ser de los más grandes del mundo, pero le falta mucho para ser un parque de verdad. Nos pegamos una buena caminata por la zona más cercana a las instalaciones del aeropuerto y después cogimos el metro de vuelta a la zona del hotel (antes del merecido descanso previo a la cena, tomamos un café en el patio de Gestalten y volvimos andando hasta el hotel por Gipsstraße y Rosenthaler Straße).

«Hold for FOLLOW ME or RTF instructions».

– No sé si me gustan más las tiendas tan curiosas que hay en el barrio de Mitte o los carteles de las mismas.
El sitio donde fuimos a cenar la noche del sábado lo tenía apuntado en mi libreta de Berlín desde la visita anterior, pero no habíamos llegado a ir. En esta ocasión, curiosamente, pasamos el primer día por delante de él y pensamos que era el típico chino. White Trash Fast Food engaña con su fachada de restaurante oriental y su extraño nombre, pero, al entrar, te llevas la gran sorpresa: una hamburguesería estilo Hard Rock Café, aunque mucho más auténtica, con buen ambiente y con una zona para conciertos en el sótano. Con esta buena cena estilo americano se terminaba el sábado. El domingo era el último día de las vacaciones berlinesas, así que había que aprovecharlo bien.

– Exterior e interior del restaurante White Trash Fast Food.
DÍA 6: DOMINGO

Estanque en Volkspark, un parque a medio camino entre el hotel Circus y el mercadillo de Arkonaplatz.

Fer y su fritz-kola.
Aprovechamos la mañana del domingo, después de hacer las maletas y de desayunar, para ir a curiosear por dos mercadillos. El primero de ellos, el de Arkonaplatz, está dedicado principalmente a los muebles, aunque se pueden encontrar también relojes, objetos para la casa, etc. El segundo, en Mauerpark, es muchísimo más grande y está lleno de gente (puedes encontrar de todo: cazadoras, cámaras de fotos antiguas, relojes, muñecos, carteles, …). Como siempre, si no vas a primera hora, la probabilidad de encontrar algo interesante es muy pequeña. Nuestra gran compra fueron unos clicks de Famobil 🙂

– Dos puestos en el mercadillo de Arkonaplatz.
Después de pasear por los dos mercadillos, nos dirigimos al aeropuerto de Tempelhof, ya que queríamos aprovechar una visita guiada que hay los fines de semana para verlo por dentro (antes habíamos parado en el café Rosalyn para refrescarnos con una fritz-kola).

Terminal del aeropuerto de Tempelhof.
El aeropuerto de Tempelhof se cerró hace pocos años. Tenía grandes pérdidas y en Berlín no sabían qué hacer con tres aeropuertos. Aunque era el más céntrico de los tres, la imposibilidad de hacer más pistas o hacer más grandes las existentes hizo que se tomara la decisión de cerrarlo. Actualmente se alquilan algunas zonas del aeropuerto para fiestas y eventos como la Fashion Week y algunas oficinas también están alquiladas, pero gran parte del aeropuerto está vacío.

La experiencia de la visita guiada fue, digamos, curiosa. Ya íbamos avisados después de haber intentado comprar entradas en la web y comprobar que solo era posible si tenías una cuenta en un banco alemán (no se podía con tarjeta de crédito). Llegamos al aeropuerto, a la puerta donde debía comenzar la visita, y estuvimos esperando con más gente (casi todos alemanes) a que apareciera alguien. Unos minutos después de la hora de inicio de la visita, apareció un señor mayor con una carpeta vieja de cartón azul y gomas y un manojo de llaves. Abrió la puerta y nos pasó a un pequeño hall donde, con papel y bolígrafo, fue apuntando nuestros datos y cobrándonos la entrada (había que pagar en efectivo y con cambio, ya que el señor utilizaba su cartera como caja registradora).

Tras la experiencia inicial, que tuvo lugar en una sala con una temperatura casi insoportable, el señor dio una charla de ¡20 minutos! (y en alemán, ya que no sabía otro idioma) antes de dejarnos ver otra zona del aeropuerto. Como el sistema de charlas largas era el empleado por el vejete para enseñarnos el aeropuerto, siempre que pude me desmarqué para hacer fotos del edificio y las instalaciones, que era lo realmente interesante (una vez casi me quedé encerrado en una sala y tuve que aporrear una puerta para que volvieran a por mí).

La visita se estaba haciendo interminable (por las charlas) y vivimos situaciones esperpénticas como la de la foto que para mí es la mejor que he hecho en el viaje: casi todo el grupo de la visita, en una sala con las paredes derruidas, mirando una foto gigante del aeropuerto como si estuvieran viendo un cuadro del museo del Prado (mientras el señor mayor volvía a soltar un discurso casi interminable).

Como ya habíamos visto casi todo lo interesante (nos sorprendió que el aeropuerto tuviera una cancha de baloncesto y nos hizo gracia la cafetería tan 70s) y se estaba haciendo tarde –teníamos que comer, recoger el equipaje e ir en bus al aeropuerto–, hablamos (con ayuda) con el guía para que nos dejara escaparnos. Así, bajo una tremenda tromba de agua (era la primera vez que nos llovía en el viaje), corrimos hasta la estación de metro más cercana y nos dirigimos al hotel. Comimos, cogimos las maletas, fuimos hasta la parada de bus y, por fin, llegamos a Tegel, punto final de este estupendo viaje a Berlín que, seguro, no será el útlimo.

Vista del aeropuerto de Tempelhof desde la terraza del mismo.
P.D.: Hay muchas cosas fundamentales de Berlín que no he comentado en esta crónica, ya que las vi en viajes anteriores.
P.D.2: Queda todavía una entrada dedicada a los grafitos de Berlín, que pondré en los próximos días.
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