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Cabaret Líquido, Francesc Lucchetti, Harold Pinter, Javier Viana, Laví e Bel, Piñaki Gómez, Regreso al Hogar, Teatro, Teatro Español, Teatro Marquina
Este mes he ido un par de veces al teatro. La primera fue hace tres semanas, en el Marquina, para ver Cabaret Líquido; y la segunda fue ayer, en la sala pequeña del Español, para ver Regreso al Hogar.
Cabaret Líquido es un espectáculo de cabaret (circo y cabaret) creado para la Expo de Zaragoza y que obtuvo el premio MAX al mejor espectáculo musical de 2008. Los integrantes de la compañía Laví e Bel tienen muchas tablas: cantan , tocan instrumentos, bailan y, sobre todo, tienen vis cómica. Aunque están todos muy bien, destacaría a Piñaki Gómez (su papel de La Chana es inenarrable) y a Javier Viana (el hombre percusión). El espectáculo tiene momentos memorables (el Hombre Radio es sencillamente genial), pero, en conjunto, se resiente porque no hay hilo argumental y porque algunos números no están a la altura. Quizá le falte también un poco de transgresión (el que se ideara como espectáculo para la Expo quizá les llevó a hacerlo algo más «light«). De todos modos, se pasa un rato más que agradable y es de lo mejor que hay en estos momentos en la cartelera madrileña.
Regreso al Hogar, de Harold Pinter, volvía a la sala pequeña del Español y, como había recibido muy buenas críticas, fuimos a verlo este sábado. Francesc Lucchetti, que hace el papel del padre de la familia, está fantástico; sólo por su actuación, merecería la pena ir a ver la obra. Pero, para mí, ahí se acaba lo bueno de la función (la escenografía también me gustó). Ni me interesó el texto, ni me gustaron los demás actores (aunque reconozco que no son papeles fáciles), ni me dijo nada de nada, ni me hizo reflexionar sobre el tema que trata. Quizá ese juego ambiguo en el que no se sabe bien qué hace o qué quiere decir cada personaje, ese juego que deja al espectador con cara de no acabar de entender la situación y que muestra de una manera curiosa la lucha de poder dentro de la familia y las miserias de la relación entre los que la forman, en 1964 fuera rompedor, pero en 2009 me ha resultado un coñazo (con perdón). No conseguí que me interesara lo que estaba viendo y escuchando (la música, además, me sacaba de la obra continuamente) y, si sentí algo en algún momento, fue porque habíamos reservado mesa y parecía que la representación no iba a terminar nunca (hubo un curioso descanso para los actores, pero no para el público). Por cierto: la señora que estaba a mi lado miró el reloj más de media docena de veces y, al finalizar la obra, aplaudió a rabiar y gritó un par de bravos (nos quedamos durante los aplausos porque no hay manera de salir del teatro si no salen antes los de las primeras filas).
En fin, habrá que esperar a septiembre a ver qué nos depara la nueva temporada.