Me acuerdo de mi primer disco de Bowie, Let’s Dance, que me descubrió Begoña, una compañera del colegio.
Me acuerdo de que después empecé a comprar toda su discografía anterior.
Me acuerdo de ver en casa de Álvaro “Cat People” (la de Schrader, con Nastasja Kinski, música de Moroder y tema principal de Bowie).
Me acuerdo de comprar por Internet todos los cedés edición especial numerada bañados en oro que editó Ryko en Estados Unidos de sus mejores álbumes.
Me acuerdo de que veía cualquier película que incluyera un tema de Bowie (por eso he visto tanto cine).
Me acuerdo de comprar también por Internet la maravillosa caja de Bowie que editó Ryko (tanto en vinilo como en cedé).
Me acuerdo de ver en el Teatro Rosalía de Castro “Yo Cristina F.”, con mi amigo Julio y acompañados de su padre, y de comprar años después el DVD (que he vuelto a ver en numerosas ocasiones).
Me acuerdo de las líneas que cantaba Bowie en la versión del «Perfect Day» de Lou Reed que grabaron un montón de artistas para la BBC: «Just a perfect day / You made me forget myself».
Me acuerdo de comprar el “Private Dancer” de Tina Turner sólo porque Bowie estaba involucrado en su resurrección musical (la Turner hacía una buena versión de 1984).
Me acuerdo de ir al Calderón, solo, a ver el “Glass Spider Tour” de Bowie. Allí me encontré con Jaime y Ana (de la tienda Portobello). Aquella tarde empezó con Aviador Dro y con The Stranglers, y ni siquiera el “Always de Sun” evitó que lloviera.
Me acuerdo de la crítica del “Never Let Me Down” que hizo Julián Ruiz en Plásticos y Decibelios: ¡puso bien hasta el rap de Mickey Rourke en aquel horror de canción que era “Shining Star (Makin’ My Love)”!
Me acuerdo de comprar en Madrid Rock el vinilo de Tin Machine y de estar cabreado con el mundo porque a mí me encantaba el disco (y me sigue gustando mucho).
Me acuerdo de haber comprado dos ediciones distintas en cedé del Tin Machine II, porque la edición americana tenía dibujadas hojas de parra en los genitales de ¡las estatuas! Recuerdo que se lo regalé a Itziar, compañera en la Casa do Brasil.
Me acuerdo de haber ido al rockódromo de la Casa de Campo en 1990 con mi profesor de física de la Academia Castiñeira a ver la gira de grandes éxitos de Bowie. Aluciné con Adrian Belew y sus rifs en Stay.
Me acuerdo de haber visto la gira de Earthling (1995) ¡¡en el Aqualung!! (inicialmente estaba programado en Las Ventas). Los teloneros fueron Placebo y los que estaban a mi lado discutían si el cantante era un hombre o una mujer. A la salida llovía a cántaros y descubrimos que nos habían robado los limpiaparabrisas del coche.
Me acuerdo de que compraba todos los singles y discos en los que hubiera alguna versión de un tema de Bowie.
Me acuerdo de Hedwig, con la cabeza dentro del horno escuchando la radio y diciendo «I grew up listening to the American masters: Toni Tennille, Debbie Boone, Anne Murray–who was actually a Canadian working in the American idiom. Then there were the crypto-homo rockers: Lou Reed, Iggy Pop, David Bowie–who was actually an idiom working in America and Canada». Hedwig and the Angry Inch es una de mis películas favoritas desde que la vi en una sesión golfa en los cines Ideal.
Me acuerdo de que tuve varios aparatos del sistema MiniDisc de Sony (uno portátil, uno para el equipo de música y otro en el coche), pero que sólo me compré un MiniDisc grabado: Ziggy Stardust (compraba MiniDisc vírgenes para hacer recopilaciones).
Me acuerdo de comprar todas las ediciones de aniversario del Ziggy Stardust.
Me acuerdo de morir de desesperación porque Bowie suspendió su concierto en Santiago de Compostela en 2004.
Me acuerdo de haber enviado hace una semana o así una postal a mi amiga Anay con una foto de Steven Shapiro en la que Bowie imita a Buster Keaton (la compré en el Fotografiska de Estocolmo).
Me acuerdo de que empecé a interesarme seriamente por Bruce Springsteen después de escuchar a Bowie cantando “It’s Hard To Be A Saint In The City”.
Me acuerdo de comprar el single con el medley de «Paz en la Tierra» y «El Pequeño Tamborilero» que cantaba con Bing Crosby, y de ver ese especial navideño en la tele.
Me acuerdo de comprar el single del «Baal» de Bertolt Brecht, que incluía las canciones que interpretaba Bowie en la grabación de la BBC (también actuaba).
Me acuerdo de haber colgado en Instagram dos fotos relacionadas con Bowie durante la última semana.
Me acuerdo de que cada vez que escuchaba «Under Pressure» estaba esperando a que entrara Bowie con «‘Cause love’s such an old-fashioned word…». Podría escuchar ese bridge en bucle durante horas y horas.
Me acuerdo de cuánto me gustaban “Strangers When We Meet” y “Dead Against It”, de la banda sonora de la serie “The Buddha of Suburbia” que, curiosamente, nunca llegué a ver. Sí que leí la novela de Kureishi (y después leí muchas otras novelas de él).
Me acuerdo de lo enganchado que estuve al “Station To Station” durante un par de años y del vídeo de “Wild Is The Wind”.
Me acuerdo de ver en Berlín la exposición “David Bowie Is”.
Me acuerdo de escuchar decenas de veces seguidas a Rickie Lee Jones cantando “Rebel Rebel”.
Me acuerdo de haber comprado discos de Bowie en muchas tiendas, pero nada como los buenos momentos pasados en Portobello con Javier, Ana y Jaime.
Me acuerdo de Frank Black cantando “Fashion” con Bowie en el conciertazo de su 50 Aniversario en el Madison Square Garden, de los dúos con Lou Reed de “White Light White Heat” y “Dirty Boulevard”, y de la versión de “Repetition” que suena mientras Bowie está en el camerino, uno de mis temas favoritos del Duque Blanco.
Me acuerdo de estar preparando la crítica de Blackstar para Indienauta, aunque creo que no la voy a terminar.
Me acuerdo del “Western Star” de Frank Black y de la frase “and all he thinks about is how he looks like Heroes-period Bowie”.
Me acuerdo de muchísimas cosas de mi vida por su relación con alguna canción de Bowie.
Me acuerdo, por encima de todo, de mi hermano escuchando “Rock’n’Roll Suicide” cuando tenía un mal día (esa canción y el Ave María interpretado por Kiri Te Kanawa eran sus dos temas de cabecera).
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