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A finales de julio fui a Berlín con Fernando y Cristina. Era mi cuarta visita a la capital alemana, la tercera de Fernando y la primera de Cristina, por lo que decidimos combinar visitas obligadas para cualquiera que vaya por primera vez con otras menos obvias. También aprovechamos para pasar un día en Potsdam. Este es relato, acompañado de una selección de fotografías, de nuestro paso por Berlín el verano de 2014. Espero que lo disfrutéis como si hubierais venido con nosotros.
El miércoles 23 de julio cogimos un avión de Lufthansa para ir, con una escala, a Berlín. Era la opción más barata y, sin duda, la mejor (Lufthansa todavía mantiene un espacio decente entre los asientos y te da, gratis, de comer en sus aviones; además, la escala fue sólo de 45 minutos). Nada más llegar a Tegel, aprovechamos para comprar un abono de transporte de 7 días (es 5€ más barato que el abono turístico de 5 días) y montamos en el bus que va hasta Alexanderplatz, el punto más cercano a nuestro hotel. Como era ya mediodía, comimos en el Burger King de Alexanderplatz, todo un viaje en el tiempo (por la decoración y el servicio –no aceptan tarjeta–). Después de la comida, cogimos el metro hasta el hotel (el Courtyard Berlin City Center es una magnífica opción por precio, ubicación y calidad de las instalaciones).
Tras un breve descanso en la habitación del hotel, comenzamos la visita a Berlín por una de las curiosidades que íbamos a ver este viaje: el Teatro de Anatomía Animal de la Facultad de Veterinaria. Carl Gotthard Langhans lo diseñó en la misma época que la Puerta de Brandemburgo. El edificio, el más antiguo de la universidad, tiene la estructura clásica de un anfiteatro. Fue restaurado en 2012 y actualmente se utiliza para conferencias principalmente. En el sótano hay una maqueta en la que se puede observar el mecanismo para subir por la trampilla circular, mediante poleas, a los caballos hasta el teatro.
– Edificio del Teatro de Anatomía Animal (Facultad de Veterinaria de la Universidad de Humboldt) y su cúpula vista desde el interior.
Después de ver el curioso edificio de la universidad (la entrada más sencilla es por Luisenstraße), nos acercamos a Bernauer Strasse para ver el Gedenkstätte Berliner Mauer, 1,4 kilometros del Muro de Berlín a lo largo de toda la longitud de la calle. Marcado por hileras de barras de acero oxidadas, el monumento incluye una torre de guardia, la Capilla de la Reconciliación y un centro de documentación que describe la brutal división del este y el oeste. La instalación muestra cómo se construían las instalaciones fronterizas y permite formarse una idea clara de la construcción que una vez dividió al país.
– Muro y torre de vigilancia, y Ventana del Recuerdo.
Uno de los elementos más importantes de este monumento es la Ventana del recuerdo, en la que se rinde homenaje a todos los muertos en esta zona del muro.
La Capilla de la Reconciliación se abrió en el año 2000. En el lugar se encontraba la Iglesia de la reconciliación, volada en 1985, ya que se encontraba justo sobre la franja de la muerte. Tras la caída del Muro se construyó sobre los cimientos la Capilla de la reconciliación, una construcción de adobe con revestimiento de láminas de madera. En los servicios religiosos se recuerda con frecuencia a las víctimas del Muro.
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En la misma zona anterior, en la que también se encuentra una de las estaciones fantasma del Berlín dividido (S-Bahn Nordbahnhof), en Hussitenstrasse, un poco lejos de los senderos de turistas, se encuentra un homenaje arquitectónico a otras épocas de la historia de Berlín. Es un ambicioso complejo de viviendas sociales. Inaugurado en 1904 por la caridad Vaterländischer Bauverein, en el complejo llegaron a vivir 1.000 personas en su mejor momento, a pesar de que se redujo mucho por las bombas de la Segunda Guerra Mundial. El arquitecto diseñó seis patios, de los cuales sólo tres permanecen actualmente –mostraban las épocas clave de la evolución arquitectónica de Berlín–. Partiendo del estacionamiento se entra en el patio románico, pintado de gris con detalles en rojo y verde azulado y adornado con balcones en forma de cúpula y un tejado en punta, en el que destaca una escultura de un santo vigilante. A continuación viene un patio de ladrillo rojo construido en estilo gótico, y otro arco conduce a un edificio de estilo medieval tardío con una torreta metálica gris en una esquina y balcones con entramado de madera en la otra.
Después de la visita a estos edificios, nos fuimos dando un largo paseo hasta el Mitte, para que Cristina viera Oranienburger strasse (una pena que el CO Berlin ya no esté en el magnífico edificio de Correos, que creo que lo van a transformar en un centro comercial), Auguststrasse, Sophienstrasse (y otras calles de este precioso barrio de Berlín), los patios con galerías de arte, librerías como Gestalten, cafeterías como Barcomi’s Deli, o el famoso Hackesche Höfe (un laberinto de preciosos patios llenos de cafés, galerías y tiendas).
– El patio de Sophienstrasse en el que está Barcomi’s Deli y Gestalten, y Cristina y Fernando paseando por los patios de Hackesche Höfe.
Aunque nuestra zona preferida de Berlín es la que está al norte del Mitte (Scheunenviertel / Prenzlauer Berg), la razón para estar ya el primer día paseando por sus calles era que habíamos reservado para cenar en el NOLA, un restaurante suizo con una terraza semicircular que preside el Volkspark am Weinberg. El parque, que fue destruido durante la II Guerra Mundial y reconstruido según los gustos arquitectónicos y paisajísticos de la RDA, fue renovado por completo en 2005 por iniciativa de los vecinos. Aparte del restaurante, hay un área de juegos infantiles y un estanque. Por la tarde-noche la gente se reúne en el parque, en la falda que da al estanque de nenúfares, para charlar y tomarse unas cervezas. El único vestigio de la época de la RDA es una escultura de Heinich Heines en uno de los laterales del parque.
Recordaba que la noche que cenamos en el NOLA en nuestra anterior visita a Berlín fue excelente, aunque no recordaba qué habíamos cenado. Esta vez, los platos que pedimos fueron un tanto decepcionantes (los entrantes estuvieron bien (fiambre y quesos suizos), pero de principal pedimos su plato estrella, Burä Röschti, que resultó ser una especie de pastel de patata y queso soso y pesado). Aún así, el NOLA, por su decoración y entorno, merece una visita.
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Con la cena en el NOLA terminaba el más que ajetreado miércoles. El jueves iba a empezar con una exposición que llevaba muchísimo tiempo con ganas de verla, pero eso lo contaré en la próxima entrada.